Por
Luisana Ramos/@Luverapi
Descender ríos de
alta montaña, a bordo de una embarcación, o superar los 100
km/h sobre un trineo, ilustran el creciente afán por el consumo de adrenalina y
el desafío de las leyes de la gravedad.
Los deportes
extremos continúan ganando adeptos de un tiempo a esta parte. Parece como si
algunos se hubieran cansado de asumir lo convencional y lo que mueve a la masa.
Otros están descontentos con la idea de competir en grupo, para alcanzar un
bien común.
Esa rebeldía va
acorde con una mentalidad cambiante. La gente quiere marcarse retos y
superarlos, quiere eliminar las tensiones de todo un día y quemar la adrenalina
de toda una semana en tan solo unos segundos. Quiere romper con la monotonía e
interactuar con el ambiente que le rodea. En definitiva, quiere sentir la
velocidad, el riesgo y el equilibrio.
Por eso, cada vez
son más las empresas de ocio que ofrecen la posibilidad de realizar deportes de
aventura en plena naturaleza. Los registros crecen a la par que las disciplinas
que adquieren el grado de extremo, que ya se sitúan en torno al medio centenar.

Expertos en el tema sostienen que el éxito de estas actividades radica en la satisfacción personal, y el consumo de adrenalina que conllevan. Todas ellas permiten al deportista superarse día a día, porque cada uno depende de sí mismo, y no del trabajo de compañeros o adversarios, como ocurre en otras muchas disciplinas deportivas.
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